Tradicionalmente la filosofía de trabajo ganadera ha sido la de minimizar costes manteniendo unos resultados aceptables. Esta forma de trabajar tenía su sentido cuando el objetivo era subsistir y sólo se contaba con genética de elevada rusticidad, el “pienso” se producía en casa y el alojamiento disponible era un triste cubierto. Pero la situación actual mayoritaria es la de la economía de escala y de la optimización técnica del proceso.
Las aves con las que contamos hoy son a las de ayer lo que un Ferrari a un cuatro latas. Con este paralelismo se quiere destacar que ya no vale cuidarlas de cualquier manera. Si le ponemos un aceite barato al motor de un Ferrari, ya no es que sea seguro que no llegue a su máximo rendimiento, sino que muy probablemente nos carguemos el motor. Así que conviene cuidar con esmero todos los aspectos del manejo, ya no por el motivo principal de maximizar la producción, sino por el riesgo de perderla totalmente por la incapacidad de los animales de soportar unas condiciones para las que ya no están preparados.
En lo que respecta al ambiente, las aves presentan en función de la edad y la estirpe unas condiciones ideales de temperatura y humedad, dos variables muy interrelacionadas. Dentro de estos rangos se sienten confortables y su metabolismo destina lo mínimo necesario al control de la temperatura corporal, por lo que pueden destinar la mayor parte del alimento a producir. Es cuando nos salimos de estos rangos que empiezan los problemas.
[Para leer artículo completo descargar pdf]